En Entre Ríos, el río Uruguay no solo lleva aguas: también arrastra historias. Corrientes de inmigrantes, de oficios, de saberes que se asentaron en la tierra roja y fértil para transformarla en un territorio vitivinícola que, aunque muchos no lo sepan, llegó a ser gigante.

A fines del siglo XIX comienza la vitinicultura en la provincia de Entre Ríos, para convertirse está a principios del siglo XX en la cuarta productora de uva y vino del país. Sus caldos viajaban a Buenos Aires, Rosario, Santa Fe y cruzaban fronteras hacia Uruguay y Brasil. Pero la historia se interrumpió bruscamente en 1936, cuando una ley prohibió la producción de vino fuera de la región cuyana. Viñedos arrancados, bodegas en silencio. Y con ellas, los sueños de quienes habían traído la vid desde las laderas alpinas.

La historia no siempre queda dormida

En 1997, la derogación de aquella ley volvió a encender la esperanza. Y allí aparece un nombre inevitable: Bodega Vulliez-Sermet. Construida en 1874 por el valesano Joseph Favre, fue testigo del esplendor y del silencio del vino entrerriano. Hasta que la familia Vulliez-Sermet la adquirió y le devolvió la voz. Fue la primera en la provincia en retomar la producción vitivinícola, rescatando no sólo la actividad, sino el legado cultural que late en cada botella.

Hoy, entre los viñedos de Colón, crecen cepas como Chardonnay (blancas y tintas), Malbec, Merlot, Marselan, Tannat y Cabernet Sauvignon. Con ellas, nacen varietales, espumantes y cortes que encuentran su punto justo en barricas de roble francés. Cada sorbo es memoria: de inmigrantes, de suelos rojos, de historias que se negaron a quedar en el olvido.

Visitar la bodega es caminar sobre el tiempo

Entre hileras verdes y barricas centenarias, la experiencia conecta la tierra con la copa, y la copa con la identidad. Porque en Entre Ríos, el vino no es sólo bebida: es relato, paisaje y comunidad.

Desde Sur Adentro, celebramos a quienes transforman su historia en sabor. Porque el turismo con identidad también se brinda.

Sobre la historia y el renacer del vino entrerriano

¿Qué sintieron la primera vez que pisaron la bodega y supieron que iban a devolverle vida?

Fue una sensación de mucha emoción y sobre todo de compromiso, porque sabíamos que se nos venia mucho trabajo por delante, pero nos motivaba el deseo de cumplir el sueño de nuestros antepasados de elaborar vino en nuestra provincia.

¿Qué significa para ustedes ser los primeros en retomar la vitivinicultura en Entre Ríos?

Con el tiempo uno se va dando cuenta del orgullo que eso representa, pero cuando comenzamos significaba una responsabilidad muy grande recuperar no solo la actividad, sino la historia que traía Entre Rios como provincia productora de vinos. Nosotros dimos el puntapié inicial, pero la vitivinicultura se sigue desarrollando gracias al entusiasmo de los nuevos productores que nos han ido acompañando en el proceso, plantando sus viñedos o abriendo nuevas bodegas en diferentes localidades de la provincia, que eso sin duda ayuda a la expansión y la difusión del vino entrerriano.

¿Hubo algún momento difícil o decisivo en este camino?

Sin duda el momento más difícil fue el comienzo. Empezar desde cero nunca es sencillo, pero el optimismo que teníamos disimulaba las dificultades que se nos iban presentando. El presente económico del país viene siendo muy complicado también, no solo para nosotros, sino para las PyMEs en general. En nuestro caso, muchos de los insumos para el vino están tasados en dólares, y la inflación del dólar hace que cada vez nos sea más difícil adquirir productos que son indispensables para la producción y el cuidado de las plantas.

Sobre el vino y su identidad

¿Qué tiene de especial el terruño entrerriano que se refleja en sus vinos?

Nuestro clima húmedo y nuestro suelo franco arenoso dan como resultado vinos amables y con una acidez particular, que los hacen versátiles para el maridaje.

¿Hay alguna cepa que sientan más «suya» o que represente mejor la identidad de la bodega?

Si, en nuestra bodega se destacan 3 cepas: Chardonnay, con la que hacemos nuestro vino espumante que es la estrella de la bodega; Tannat y Marselan, que son 2 cepas tintas que usamos para hacer varietales y cortes, y tienen ya varios premios en concursos nacionales e internacionales.

¿Cómo describirían en pocas palabras la experiencia de caminar los viñedos y probar sus vinos?

Es una experiencia muy disfrutable en un entorno único, no solo por el paisaje, sino por toda la historia que envuelve a esta Bodega. La gente que nos visita se lleva un recuerdo muy lindo, ya que somos los dueños quienes relatamos nuestras vivencias en primera persona y convidamos vinos que resultan ser muy halagado.

Turismo, comunidad y futuro

¿Qué buscan transmitir a quienes los visitan?

Lo que más queremos es que la gente conozca nuestra historia, porque eso es lo que nos motivó a volver a empezar y nos hace tener tanta pasión por esto. Y también que prueben nuestros vinos, para que descubran el sabor y el valor de los vinos entrerrianos. En toda la provincia se hacen muy buenos vinos premiados internacionalmente y es uno de nuestros objetivos que cada vez tengan mayor alcance y difusión.

¿Cómo ven el papel del vino en el desarrollo turístico y cultural de la región?

Desde que comenzamos hace más de 20 años, la vitivinicultura en Entre Rios ha ido creciendo sin detenerse. Hay cada vez más productores y cada vez más bodegas que de a poco se van sumando al desarrollo enoturístico. Recuperar esta actividad histórica no solo aporta otra opción a las ofertas turísticas de la región, sino que también reivindica lo que hicieron los primeros colonos de estas tierras.

¿Qué sueñan que recuerde quien se lleva una botella de sus vinos?

Que encuentren en esa botella de vino un buen producto y además una experiencia memorable para compartir y recomendar.